El aire huele a fin de fiesta, últimos días de existencia, algo que acaba irremediablemente pero todavía no anuncia qué vendrá ni cuándo. Los aromas están ahí, nos susurran y no podemos dejar de escucharlos.
Esta mañana, por fin, Madrid amaneció soleado. Animada y deseosa de salir al aire, me he escapado a pasear por mi adorado Parque del Retiro. Me encanta, forma parte de mi vida, de mis recuerdos, esos que se encienden en mi cerebro con ráfagas de aire que entran por la nariz.
Era temprano y hacía frío, a pesar del sol. Había pensado sentarme en un banco a leer el periódico pero el rocío tenía todos ocupados, así que he decidido pasear. En dirección al estanque, si no lo veo es como si no hubiera estado allí. De pequeña era el centro de aventuras, en la barcaza si íbamos con mi madre, que no se atrevía sola con todos los hermanos a coger una de remos, en barca cuando íbamos con mi padre, dividiéndonos por bandos, un progenitor y dos o tres hermanos, a ver quién corría más.
Veo sonreír a los de Barcelona (vaya, vaya, allí no hay playa), nunca entenderán que los de Madrid jamás hemos echado de menos una ciudad limitada (por lo de que limita con el mar, no vaya a haber susceptibilidades).
Pero al margen de chistes (de buen rollo, adoro a los catalanes) y nostalgias (que no es de lo que venía a hablar), paseando paseando, no he podido evitar reconocer que el olor que me rodeaba tenía un cierto tufo a putrefacción. No quería reconocerlo porque la naturaleza no puede oler mal, pero no se apartaba por más que anduviera (o sea que no era algo puntual de alguien que no hubiera recogido los excrementos de su mascota), me perseguía, sutilmente eso sí, o me acompañaba, no sé.

Palacio de Cristal. Parque del Retiro, nevado
He respirado profundamente varias veces, como me gusta enseñar a mis alumnos en mis talleres y como suelo hacer cada vez que tengo oportunidad. Olía a muerte. A anunciación más bien. Los árboles, completamente desnudos, habían dejado sus cadáveres por el suelo. Hace muchos días que empezaron a hacerlo, por eso ya estaban en descomposición. Probablemente la lluvia había ayudado.
Los jardineros estaban haciendo su trabajo, recogiendo, limpiando, cortando los restos de naturaleza. Seguro que os habéis fijado cómo cuando hacen estas mismas tareas en el mes de abril o marzo, el ambiente huele a verde, a hierba, a clorofila… Pues hoy os puedo asegurar que olía a marrón, a estiércol, a podrido…
Y es que el invierno se está muriendo. Una estación que nunca ha sido ‘santo de mi devoción’, pero que cuando empieza entiendo que puede ser entrañable, y cuando se ‘paraliza,’ como en la imagen que ilustra este post, majestuosa, pero que es el final. Y como todos los finales, triste, desagradable, con un punto aterrador que nos recuerda que somos parte de la naturaleza y como ella pasamos por primavera, verano, otoño…
No he visto ninguna hoja en un solo olmo, pero sé que es cuestión de semanas. La vida se renovará y mi parque favorito empezará a oler a flores, a hierba, a resina, a madera… Hasta entonces habrá que conformarse con perfumes de diseño (más abajo mis preferidos), pero eso sí, no dejéis de respirar ni de salir al aire, aunque huela a fin de fiesta no podemos olvidar que hasta el último minuto hay que disfrutar.

Perfume a medida 30 ml de Pressentia, 69 €. Eau de parfum Untold de Elizabeth Arden, 50 ml, 60 €. Like best friends forever de Essence, 50 ml, 7,99 €. Laverdose Tatoo de Diesel, 50 ml, 57 €.
Comentarios recientes
Juana Acosta
“Belleza es disfrutar de los pequeños milagros cotidianos”